Aunque Los Roques sea un emblema venezolano, no es un destino popular.  De allí la importancia de publicar un libro como este, a través del cual los venezolanos podemos ver por primera vez  Los Roques -o recordar sus detalles- desde los tres diferentes ángulos de visión: el aire, la arena y el agua. Es inevitable conseguir entre los nombres de los cayos  la herencia del Caribe.

Vemos este catálogo de arenas blancas, corales, lagunas, salinas, hierbas marinas, manglares y acantilados y entendemos que todos conviven en este archipiélago privilegiado. Vemos en la descripción de los cayos cómo la mayor zona poblada tiene de vecina una cadena montañosa de pequeñas alturas que forman acantilados hacia el norte. Aldeas de pescadores marcan una zona y espacios especiales para deportes acuáticos y señalan otra vocación del archipiélago. Las tortugas marinas, los pelícanos, los botutos,  estrellas de mar, una variedad de peces se confunden con las barreras de coral, los bosques de manglar y la diversidad de turquesas, aguas profundas y aguas más bajas.

Playas largas y angostas;  bahías profundas especiales para embarcaciones y hasta un faro se plantan en la zona más salvaje del archipiélago. Atolones dan refugio a cantidad de extrañas aves. En un cayo encontramos pozos de agua dulce, un istmo,  largas playas y jardines submarinos.  Y esa extraordinaria y multicolor-multiforme variedad de peces y otros seres vivos que solo los ojos submarinos pueden ver.

El libro finaliza con una reflexión ambiental de Victoria Lovera y una serie de recomendaciones de carácter socio- ambiental para garantizar un desarrollo sustentable para  el archipiélago.