Por: Elías Pino Iturrieta | @eliaspinoSe trata de una tintorería, sin duda, pero distinta a la que sirve para lavar la ropa. Desde los principios de la conquista de América y hasta las guerras de Independencia, la limpieza de sangre fue un requisito para el ascenso social, imprescindible en la solicitud de honores, cargos públicos y acceso a lugares privilegiados de la rutina colonial, como los cuarteles, los conventos y las universidades. La limpieza de sangre fue un proceso legal, sujeto a un estatuto puntilloso, mediante el cual un individuo blanco, español o descendiente de españoles, probaba ser vecino de solar conocido, descender de familias antiguas en el servicio del trono o de la iglesia y, especialmente, estar libre de “mala raza de moro o de judío”.
Estamos ante expedientes fundamentales durante la formación de las sociedades hispanoamericanas, debido a la influencia que tuvieron las guerras de reconquista contra las fuerzas árabes y la expulsión de las juderías en la época del mandato de los Reyes Católicos, promotores del encuentro de América y de su inicial poblamiento. Establecieron nociones de una cultura ortodoxa, capaz de permanecer sin mayor escollo durante los trescientos años de vida colonial.