Por: Elías Pino Iturrieta | @eliaspino
Después de la Independencia, la rueda y los carruajes son un fenómeno novedoso de la capital. En 1839 hay Caracas un número considerable de coches para el transporte de personas y carga. Como todavía las calles no se han adecuado para un tránsito expedito, la Jefatura Política del Cantón tiene que disponer una suerte de matriculación destinada a controlarlos. Si los conductores no obtienen un número de circulación sellado por un funcionario, serán multados con 25 pesos.
Se trataba de vehículos que, según un aviso aparecido en El Venezolano, servirían para ¨fomentar la salud, la comodidad, el gusto, el tono de la capital y de sus habitantes¨. Un desfile de ¨sillas volantes, carricoches, calesines, berlinas y calesas de todas las dimensiones y especies¨, como las que fabricaba un Monsieur Martin en la Casa del Armero ¨La llave oro¨, esquina de San Jacinto número 22, pregonaba el advenimiento de un tipo diverso de sociabilidad. ¨Ya estamos viendo carruajes de cuatro plazas, aparte del cochero; y ya encargaron un calesín y unos cojines para las Mariño, dice un amanuense de la casa de gobierno en 1841. Su entusiasmo no llega al extremo de destacar la profusión de vehículos advertida por un anuncio del periódico, pero se muestra como testigo de una situación excepcional.