Escotet Rodríguez: El que se empeña, alcanza y supera sus propios sueños Escotet Rodríguez: El que se empeña, alcanza y supera sus propios sueños

Banesco presentó su Programa de Becas Universitarias, que dará inicio con 115 bachilleres de la UCAB. El directivo de Banesco Internacional invitó a los jóvenes a mantener viva la curiosidad

A lo largo de su historia, de manera sistemática la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) se ha esforzado por becar a aquellos estudiantes que no cuentan con los recursos necesarios para pagar los costos de su matrícula. A partir de este 2016, Banesco se suma a esta iniciativa, financiando 115 becas, que cubren entre 80 y 100% de la matrícula. El Programa de Becas Banesco en honor al padre Gustavo Sucre s.j. es un nuevo paso en el objetivo que se ha trazado la entidad financiera de contribuir con proyectos que fortalezcan la educación de niños y jóvenes venezolanos.

Con este acuerdo, Banesco inaugura su Programa de Becas Universitarias, que irá ampliando junto a otras casas de estudios en todo el territorio nacional. En lo que sigue, reproducimos las palabras pronunciadas por Juan Carlos Escotet Rodríguez, presidente de Banesco Internacional, durante el acto de firma del convenio que tuvo lugar el 14 de marzo de 2016 con la presencia de los 115 estudiantes beneficiados.

Estamos en un momento excepcional de la civilización. A diferencia de otras etapas, la complejidad de hoy radica en la cantidad y densidad de las cuestiones que nos corresponde atender de forma simultánea, sin que podamos dejar ninguna en espera. La diferencia entre cada uno de ustedes y un profesional de hace apenas sesenta o setenta años, es que a ustedes corresponde mirar el mundo en sus 360 grados.

Hasta mediados del siglo XX, la responsabilidad se ejercía manteniendo la mirada y las disciplinas en unos objetivos. Los hombres y mujeres de bien, seguían un norte. Se avanzaba en la vida manteniendo una dirección. La realidad reclamaba especialistas y claridad en la ruta a seguir. En 1950, John Dewey, filósofo y quizás el más grande pedagogo que ha tenido la historia de Estados Unidos, repetía que, llegada una edad, la necesidad más esencial de cada persona era la de planificar su futuro. Dewey decía: hay que entregar un lápiz y una hoja en blanco a cada joven estudiante, y pedirle que escriba allí su sueño de futuro. Y una vez que ese horizonte haya sido escrito, la universidad y la sociedad deben contribuir a que cada persona se encamine a lograrlo.

Han pasado menos de 70 años desde entonces, y la prédica de Dewey ha perdido, no su sugerente belleza, pero sí su utilidad en el mundo de hoy. Ni mi padre, entonces un joven español que se vendría a Venezuela como un inmigrante en busca de una vida mejor; ni vuestros abuelos, que seguramente entendían que la educación debería conducirnos a una vida mejor; ni siquiera los más avezados futurólogos de entonces, hubiesen podido imaginar el mundo tal como nosotros hoy lo conocemos, lo experimentamos y lo proyectamos.

Es cierto que en 1950, buena parte del mundo acababa de pasar por las más terribles experiencias del Holocausto y de la Segunda Guerra Mundial. Había la sensación de que el horror había quedado atrás y que, en lo sucesivo, la civilización, de forma casi determinista, avanzaría hacia un progreso inevitable. Nadie se hubiese imaginado hace 65 años, que algunos países experimentarían un enorme crecimiento de la población, que derivaría en ciudades gigantescas, caóticas, rodeadas por inmensos cinturones de marginalidad. Nadie escuchó a las voces que advirtieron, justo a comienzos de los años cincuenta, del peligro que entrañaba el islamismo más férreo y su doctrina de dominación de los infieles. Nadie se hubiese imaginado que en menos de un siglo la crisis ambiental ocuparía el centro de las preocupaciones de todo ciudadano sensible del mundo. Nadie estimó, ni siquiera sus propios impulsores, que un invento que comenzó a ser conocido alrededor de 1940, el chip, cambiaría en la realidad y en la lógica, nuestra relación con los hechos y también el modo en que nos comunicamos los unos con los otros.

La Universidad Católica Andrés Bello fue fundada hace 63 años, exactamente en 1953. Quien se anime a leer la prensa de aquellos años se encontrará con que, por encima de los problemas y dificultades para lograr un proyecto de país, que era el debate de entonces, predominaba el pleno convencimiento de que Venezuela, a la vuelta de 50 años, habría dejado atrás el analfabetismo, las epidemias, las dificultades de producción, el aislamiento en que vivían las poblaciones remotas, sin los servicios básicos y sin la red de carreteras que las sociedades necesitan para articularse y poner en marcha programas educativos y productivos que vayan en beneficio de todos. Había problemas muy extendidos, pero la calidad de las esperanzas y las energías disponibles no flaqueaban ante aquellas adversidades.

Entre los cambios que cabría enumerar entre aquellos años y los nuestros, muchos de los cuales son positivos, hay algunos de orden cualitativo, de orden simbólico, que pertenecen al entramado cultural venezolano, que me gustaría destacar ante ustedes. Ha ocurrido en el país un debilitamiento de los entusiasmos. Sobre todo entre los jóvenes, parece estar creciendo una atmósfera de país en descrédito, de futuro incierto y de instituciones frágiles o pervertidas. Muchos de esos sentimientos podrían explicarse a partir de las dificultades venezolanas, que son concretas, multiformes y casi inevitables para las vidas de la inmensa mayoría de familias venezolanas. Hay la sensación de que hay procesos, fuerzas, tendencias en el país, que son violentas, malignas, casi incontrolables. Estas son, justamente, las que ocupan nuestra atención, nuestros legítimos temores y también las que copan la atención de los medios de comunicación y las redes sociales.

Pero como en todos los ámbitos de lo humano, como si ello constituyese la gran paradoja venezolana, también hay lo contrario: gente que trabaja venciendo toda clase de obstáculos; padres y madres, a menudos madres solas, también padres solos, que no desmayan a la hora de madrugar y hacer esfuerzos por ir adelante con sus hijos y familiares. Por todas partes hay personas como ustedes, que asumen sus responsabilidades académicas, porque han escogido una manera de vivir que sea fruto de empeños y méritos. Les puedo contar, porque para ello Banesco creó en 2006 la Banca Comunitaria Banesco, que tenemos constancia de que en nuestro país hay un incalculable potencial humano de emprendimiento: no solo nuestra tierra es pródiga en reservas petroleras, también tenemos un voluntarismo extendido por todas las regiones, que insiste en no doblegarse y en tomar las iniciativas que nos permitan superar los padecimientos más inmediatos.

Estos síntomas que he mencionado, son apenas algunos de los argumentos que nos sugieren que en Venezuela hay fundamento para ser optimistas. Me refiero, no a un optimismo genérico; no invoco una especie de amplia patente que nos asegure que, en cualquier escenario, el futuro venezolano será mejor. No. Hablo de otra cosa. De una causalidad simple: a mayor esfuerzo, las posibilidades de una Venezuela de bienestar y progreso serán cada vez más altas. Repito ante ustedes que la palabra esfuerzo es la llave maestra de nuestros sueños venezolanos.

En los últimos doscientos años, aproximadamente, el desenvolvimiento de las economías de varios países ha demostrado que hay una relación directa entre conocimiento y crecimiento de la producción y, siguiendo esa cadena, entre incremento de la producción y progreso en la calidad de vida real de las sociedades. Quienes han estudiado estos procesos advierten, además, que este incremento de la producción, que tiene dimensiones cualitativas y cuantitativas, se produce no solo en países que crean tecnologías sino también en aquellos que las consumen. Por lo tanto, en países como el nuestro, si somos capaces de proponernos y alcanzar metas productivas que supongan un salto cualitativo, estaremos haciendo posible que haya un progreso real como consecuencia, no del aumento del precio de las materias primas, que es siempre coyuntural, sino como el resultado de mejorar los indicadores de ese bien preciado y duradero que es la productividad.

Me permito este breve comentario sobre la cuestión del incremento de la producción, porque ese es el punto donde ustedes, la Universidad Católica Andrés Bello, y yo, que estoy aquí en representación de Banesco, coincidimos. Es la dimensión en donde podemos confluir. Y es lo que explica nuestra decisión de hacernos aliados de un programa de becas, porque ello responde a un convencimiento muy profundo: que una de las más estratégicas acciones que las empresas pueden hacer por nuestra sociedad venezolana es contribuir a que ella se convierta en una sociedad del aprendizaje.

En los últimos años se ha multiplicado el uso y el estudio de la llamada sociedad del conocimiento. Ello deriva de una realidad, concentrada en una veintena de países, que es el volumen simplemente asombroso de nuevos conocimientos que se están produciendo a diario, especialmente en áreas como la biología molecular, la química, la medicina, la astrofísica, el funcionamiento del cerebro, la geología, el estudio de los materiales, de las aguas abisales, y tantos otros, y todo sin siquiera mencionar el vasto mundo de las aplicaciones derivadas de ese cada vez más pequeño artefacto llamado chip, que mencioné hace un rato. Asomarse al territorio de los nuevos conocimientos es simplemente abrumador.

Ante una realidad como la que he descrito, tenemos varias opciones, sin duda. Pero las más inmediatas son dos: o permitimos que la brecha con respecto a esos nuevos conocimientos aumenten, o nos proponemos convertirnos en una sociedad del aprendizaje, con el propósito de perfeccionar y potenciar nuestras capacidades en todos los ámbitos: social, productivo y público. Nadie en Venezuela, menos aún si tiene el privilegio de ser parte de una institución como la Universidad Católica Andrés Bello, puede conformarse con ser un espectador de los cambios que están ocurriendo en el mundo. Nadie debería, tampoco, creer que nuestro país no tiene ahora mismo más opciones que el rezago. Por el contrario, la sola idea de que hay al menos 115, y que posiblemente son muchos más los estudiantes de esta casa que merecen una beca, me ratifica que son razonables las mejores expectativas para el futuro de este lugar del mundo, para este lugar del corazón llamado Venezuela.

Quiero decirles a todos los aquí presentes, a las autoridades, a los profesores, a los estudiantes: esta es vuestra casa, pero también es mi casa, y no dejará de serlo nunca, porque aquí recibí la formación que me ha sido esencial para mi desarrollo como persona, como ciudadano, como hombre de familia y como empresario. Aquí conocí a María Isabel, mi esposa. Aquí se originaron amistades que han sido y son irrenunciables en mi vida. Aquí estudiaron Xavier Luján y Miguel Ángel Marcano, directivos de Banesco, que han venido para atestiguar el alto valor que le damos a este acto. Aquí también estudiaron mis hijos, Carlos Alberto y Carlos Eduardo. Hay todo un capítulo de mi vida que tiene el nombre de la Universidad Católica Andrés Bello. No importa dónde me encuentre ni qué proyectos esté desarrollando, jamás olvido que aquí recibí herramientas que han sido preciosas para mi vida y mi actividad.

Estoy aquí, no solo, como ya dije, en representación de Banesco: también estoy aquí para, delante de ustedes y haciendo uso de este auditorio, decir gracias. Que este programa de becas lleve el nombre de mi mentor Gustavo Sucre, sacerdote jesuita, maestro de varias generaciones de ucabistas, de quien recibí lecciones que me han resultado inolvidables, es otro estímulo, otra razón de peso para repetir esa palabra, una de las más humanas palabras que existen en cualquier lengua, que es la palabra de agradecimiento.

Antes de cerrar estas palabras, quiero decir algo más. Quiero dirigirme a los jóvenes estudiantes: tienen ustedes el mundo por delante. Si algo me atrevo a decirles, con el mayor respeto, es mantengan viva la curiosidad. Hay tanto por aprender, por hacer, por dar a los demás, que todo lo que yo diga será un pálido reflejo de las oportunidades para el bien hacer intelectual, solidario y productivo que nuestro país espera, necesita de ustedes. Si es un privilegio ser parte de esta casa de estudios, también lo es ser parte de una sociedad donde hay tanto por emprender, en todos los órdenes de la vida. Lo único que puedo decirles, no como un consejo sino como un simple testimonio, es que no hay esfuerzo vano. El que se empeña, alcanza y supera sus propios sueños.

Muchas gracias.

Juan Carlos Escotet

Presidente Banesco Internacional