Uno de los primeros gobernadores con sede en Caracas, Juan de Pimentel, hizo una gestión digna de memoria. Se ocupó de la salud pública, trató de proteger a los indios, dividió la jurisdicción de las primeras barriadas y se esmeró en el mantenimiento del culto religioso. Fue tanto su amor por la ciudad, que permaneció en ella como vecino cuando terminó sus funciones de gobernador. Se enamoró entonces de doña María de Guzmán, hija del nuevo gobernador, y tuvo un hijo con ella sin contraer matrimonio. Ante el escándalo, y para evitar las iras del nuevo mandatario, el obispo lo obligó a casarse. Tuvo un hijo y vivió una relación apacible con su pareja, quien murió después de cinco años de vida marital. Fue entonces cuando don Juan, movido por la tristeza, se hizo sacerdote.