Es otra visión Es otra visión

Por Franco Mercanti (*)Para cuando el sol alcanza su cénit,

hace ya rato que el mundo se ha detenido; se abandonan las faenas ante la amenaza del mediodía, la gente se vuelve a su refugio para evitar el calor que, si siempre es abrumador, a esta hora resulta incluso mortal; los pescadores de chal regresamos a reposar tras dejar tendidas las cosechadoras, hasta las pocas gaviotas que aún quedan dejan de graznar para ocultarse de la inclemencia del clima, e incluso cesa el monótono estruendo que proviene de las fábricas procesadoras, cuya maquinaria es apagada para evitar que se sobrecaliente. 

Sólo nos permitimos descansar del agotador trabajo durante las horas en que el sol está más alto, cuando pasamos a las cavernas ambientadas donde está el hogar; aunque hace falta seguir las labores, hasta el más robusto sucumbiría ante el choque de calor; la mayoría aprovecha para tenderse en largas siestas sobre las hamacas de los dormitorios, igual yo, pero hay días en los que el cansancio no me abate tanto y prefiero revisar las hojas amarillas de los libros que dejó mi abuelo una vez refirió que eran a su vez de su abuelo

El día de hoy decidí emplear mi descanso para organizar con estos párrafos mis pensamientos. Cuando abro esas reliquias, me complazco y atormento haciéndome la idea de los mares cristalinos llenos de criaturas, la multitud de campos sembrados con plantas, cuyo sabor me es desconocido, las infinitas llanuras y masas de árboles colmadas de bestias increíbles que ya nadie podrá contemplar, y las grandes urbes que habitábamos y que cubrían la inmensidad de la tierra y del cielo. Son imágenes hermosísimas que revitalizan el ánimo, pero que me entristecen notablemente al compararlas con mis propias imágenes. Cuando las que narran las raras enciclopedias de mi tatarabuelo aparecen frente a mi amarga visión personal, parecen un mito lejano e inalcanzable; de aquella majestuosidad lejana no veo sino cenizas, todo se ha vuelto conjuntamente en polvo, en sombra, en nada. La única certeza que tengo de que todo aquello no se trata de ficción, es la palabra de mi abuelo, aun así, siempre dudo, pues no le hallo sentido alguno, porque si esa belleza infinita realmente existía, ¿Cómo es posible que haya mutado tan horriblemente en este desierto blasfemo?

Los mapas de entonces no se parecen ni un atisbo a los pocos que he logrado ver de ahora; la línea de la costa es irreconocible cuando hace ya mucho desde que el nivel de mar aumentó cubriendo cantidades inimaginables de territorio; el mar ya no es el mismo tampoco, nada vive en él, tan contaminado que no coincide con el concepto de agua ni puede albergar vida, más allá del simple chal, el plancton mutado y modificado que es la única fuente de alimento, y que cosechamos para procesar en las factorías, y producir suerte de galletas acartonadas, sin sabor alguno, y poco menos que plásticas. 

El aire es pesado, caluroso, y particularmente sofocante, uno siempre permanece sediento; cerca de las aguas está colmado de una humedad pegajosa cargada de salitre, tierra adentro es igual de caliente, pero tan seco que hasta duele respirarlo. Las praderas y llanuras son, junto con los bosques y todo lo que no se ha visto sumergido, eriales grises de desolada tierra agrietada. 

Cuánto no daría por ver a uno de los animales que ilustran esas páginas, ya no queda ninguno, por lo menos no que yo sepa. Ya no queda nada en qué poder posar mis ojos, que no venga a ser recuerdo de la muerte. 

Preguntarme cómo esa suerte de paraíso derivó en esto es algo que hago a diario, las enciclopedias no dicen nada al respecto. Lo más seguro es que la gente de ese entonces no sabía que esto iba a pasar, así que debió tratarse de un enorme desastre natural, digo, porque de saber qué pasaría y poder evitarlo lo habrían evitado, ¿cierto? Nadie podría ser tan mezquino como para que lo dejasen pasar conscientemente. Si tan sólo alguien hubiera podido advertirles, si pudiera volver el tiempo y avisarles, nuestro destino probablemente sería otro, porque algo tan horrible sólo podría suceder si no sabían lo que hacían, si nadie les había advertido. Creo que dejaré esto por hoy, he pasado varias horas escribiendo y ya el sol empieza a bajar, debemos volver al trabajo. 

En uno de los libros tienen esta frase, creo propicio terminar por ahora con ella: “Ah de la vida, y nadie me responde; tú qué sabes lo que sufrimos, no te olvides de nosotros en tus plegarias”.

 

(*) Ganador del Concurso de Relato Breve Juvenil “Por un Futuro Sostenible”

Categoría 14 a 17 años

Autor: Franco Orlando Mercanti Albornoz

Edad: 17 años

Título del texto: Es otra visión