El arte de Alejandro Otero apuntó siempre al sol El arte de Alejandro Otero apuntó siempre al sol

“Yo tengo la falta de modestia de creer que mi trabajo contribuye a la formación de un espíritu, de un molde de ver y sentir las cosas del arte de ahora”. Meses antes de su muerte, Alejandro Otero se quejaba de sus complicaciones de salud en una de las últimas entrevistas que ofreció a El Nacional. En marzo de 1990, la periodista Maritza Jiménez narraba que el artista había asistido a varios médicos, hasta que le diagnosticaron tuberculosis. En agosto falleció.

“¿Puede ser el arte un simple objeto? No. El arte por el arte, desde el punto de vista estético, no es lo importante. Eso no quiere decir que uno pueda crear sin sentimientos de la forma, o sin rigor constructivo. Lo verdaderamente importante del arte son las señales que va dando de las situaciones por las que va pasando el hombre, y que él, al ver esas obras, se da cuenta de ello”.

Pintor, escultor, dibujante, su versatilidad lo llevó a experimentar con colores y materiales diversos. Su obra le dio un cambio total a la pintura figurativa en el país.

Desde su primer viaje a París, en 1945, entabló una relación entrañable con esa ciudad. Al regresar de Europa, después de haber formado parte del grupo Los Disidentes, marcó una etapa fundamental en la plástica venezolana, al plantear una revisión de la concepción artística y teórica de la pintura frente al desarrollo del cinetismo.

Otero nació en El Manteco, estado Bolívar, el 7 de marzo de 1921. Fue pionero de la contemporaneidad en Latinoamérica con sus indagaciones abstraccionistas. “Junto con Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez y Gego, forma parte de esa valiosa, importante e irrepetible generación de venezolanos que abrieron caminos inéditos hacia una nueva manera de decir en la cultura nacional”, señala Miguel Miguel García, curador de la galería Espacio Monitor.

Alejandro Otero fue fundador de la Galería de Arte Nacional junto con Miguel Otero Silva y Manuel Espinoza.

El Abra solar y la Aguja solar, dos de sus estructuras de acero más representativas, recibieron al público del Pabellón Venezuela en la Bienal de Venecia de 1982. La primera de estas obras de láminas giratorias fue instalada al año siguiente en Plaza Venezuela. La segunda fue comprada por Interalúmina para su sede de Ciudad Guayana.

Unos años antes, en 1976, Venezuela le regaló a Estados Unidos unDelta solar por el Bicentenario de su Independencia. Fue colocada en el jardín oeste del Museo del Aire y del Espacio en Washington.

Al cumplirse 25 años de su fallecimiento, ninguno de los museos del país se ha planteado una retrospectiva. La última fue organizada por Sofía Ímber en el MACC en 1985, donde se expusieron 600 de sus obras.

“Yo no creo en la posteridad sino en el más estricto presente. Mi obra quiere ser para este momento, expresar el presente, dar testimonio de lo que somos hoy. El futuro es para los que vienen. Es una ingenuidad creer que se lo podemos arrebatar. Esto siempre ha sido así, si pudiéramos expresar el presente sería más que suficiente”.

Su arte, sin embargo, se instaló en la posteridad.

Fuente: El Nacional