Palabras al viento Palabras al viento

Por: José Pulido @josepulido2015

“Tengan cuidado con las palabras. Las palabras se las lleva el viento”, repetían a sus inquietas e inquietantes hijas señoritas, las madres desconfiadas que pululaban en mi infancia y esas hijas, de todas maneras, se dejaban hechizar y embaucar por las promesas masculinas, que flotaban en el ambiente ligeras y livianas como tucusitos picaflores.

Después, se comentaba lo mismo en relación con los políticos improvisados y con los políticos de oficio: “las palabras se las lleva el viento”, obteniéndose una variación del tema en la cínica frase “el papel aguanta todo”.  Ciertamente,  ambos refranes proyectan un enorme desconocimiento de lo que es la palabra o un solapado desprecio por el conocimiento, la cultura y el lenguaje.

Las palabras se las lleva el viento: Quién sabe cuántos siglos tiene esa suerte de sentencia metafórica pero la cruda verdad es que a las palabras sólo las disemina el viento cuando no hay oídos que las escuchen, voces que las repitan, ni memoria que las conserve. El ser humano se convirtió en un semidiós que ha inventado, creado, construido y destruido todo lo que asombra, porque posee el lenguaje o porque está poseído por el lenguaje.

Cuando el lenguaje es conducido y estructurado por el arte de la escritura, el ser humano, convertido en lector o en escritor, alcanza un alto grado de comunicabilidad. Cada palabra carga una historia, cada palabra es un fragmento de la poesía que el hombre segregó en su propia creación. Cada palabra es un sistema nervioso cargado de sentimientos.

Las palabras que supuestamente se ha llevado el viento de la moda, no desaparecen, sólo abandonan a quienes dejan de usarlas porque intuyen que no las necesitan. Si tienes una idea extraordinaria y no consigues las palabras que le den forma y sentido, entonces tampoco conseguirás mostrar lo que sientes y lo que piensas.

Hay palabras que se transforman porque comienzan a significar otra cosa o la cosa que nombraban asume características diferentes.

Octavio Paz dijo algo que puede servir para visualizar mejor ese ángulo:

“No sabemos en dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro. Las cosas se apoyan en sus nombres y viceversa. Nietzsche inicia su crítica de los valores enfrentándose a las palabras: ¿qué es lo que quieren decir realmente virtud, verdad o justicia?”

Por su parte, el necesario Jorge Luis Borges dijo lo siguiente:

“El lenguaje es una creación estética. Creo que no hay ninguna duda de ello, y una prueba es que cuando estudiamos un idioma, cuando estamos obligados a ver las palabras de cerca, las sentimos hermosas o no. Al estudiar un idioma, uno ve las palabras con lupa, piensa esta palabra es fea, ésta es linda, ésta es pesada”.

Hay palabras que no se abandonan pero dejan de pensarse y se pronuncian automáticamente, como por inercia y eso también las convierte en palabras que el viento aparentemente se lleva. El viento de la desidia. Como por ejemplo, el Padrenuestro. Lo rezan por encimita, lo rezan sin meditarlo y sin pensarlo. A lo mejor sin sentirlo. Y resulta que es una oración escrita, creada, pronunciada por Jesús. El Padrenuestro es un grupo de palabras que el poeta Jesús de Nazaret lanzó a los cuatro vientos.

Lo cierto es que cada generación deja en el pasado unas cuantas palabras abandonadas, encalladas, así como los niños van olvidando sus juguetes rotos. Cada generación destituye palabras que fueron parte sustancial y representativa de una época. La edad se la adivinan a uno por las palabras que deja escapar a veces, como seibó, picó, medio fondo, negligé, pachanga, rockola,  suela espuma, escaparate. ¿Vas a seguir con ese escaparate en el lomo? ¿Vas a seguir con ese humo en los ojos? Igual se han ido poniendo viejas las palabras: chévere, pana, chamo, jeva, guillo, mosca, vaina, fax y cédula.