La distancia más larga, su ópera prima, obtuvo el Premio Glauber Rocha del Festival de Montreal, el Premio Platino a la mejor ópera prima de ficción iberoamericana, el Premio del Público a la mejor película del Festival Iberoamericano de Huelva y una nominación a mejor película iberoamericana en los Goya 2015. Nacida en Caracas en 1977, la comunicadora social de la UCAB obtuvo un máster en Guion de Cine y uno en Guion de Televisión, además de un doctorado en Fotografía y Nuevos Medios Audiovisuales, en Valencia, España, donde reside y donde realiza ahora el rodaje de su nuevo filme, Las consecuencias
El pueblo donde vivió Claudia Pinto Emperador en su infancia es ahora un pueblo sumergido bajo las aguas. Su padre, Vanderlei Galhardi Pinto, fue uno de los muchos ingenieros que participaron en la construcción de la represa del Guri. Y se llevó consigo a su familia, para que lo acompañaran y vivieran la libertad de saberse en los confines del mundo.
«Llegué allí con un año de edad y nos fuimos cuando cumplí nueve años. Estudié en el Colegio Roraima. Mis recuerdos de infancia no son de ciudad, son de andar en bicicleta por carreteras en las que no había autos, con una sensación volátil de que aquello se iba a acabar. Todos sabíamos que aquellas casitas, cuando abrieran la represa, iban a quedar bajo del agua», recuerda Claudia Pinto, de 41 años, desde la sala de su casa en Valencia, España, rodeada de libros, cámaras y algunos de los premios que ha tenido en su carrera como cineasta.
Pinto Emperador tiene previsto iniciar en octubre de 2018 el rodaje de su segundo largometraje, Las consecuencias, escrito junto con el novelista Eduardo Sánchez Rugeles (Blue Label). El rodaje se llevará a cabo principalmente en las islas Canarias, por lo que Claudia se prepara para dejar su casa y mudarse durante la producción al archipiélago canario.
El desafío no es nuevo. Ya Pinto acometió una experiencia similar en su primer largometraje, La distancia más larga (2013), filmada mayormente en La Gran Sabana. No es nuevo eso de filmar en parajes inhóspitos, lejanos de cualquier comodidad, en los que la naturaleza se erige casi en un personaje de la trama. Quizás algo de aquella infancia en Guri, en un pueblo hoy sumergido, inspira a la realizadora. «Cuando empecé a escribir la película (La distancia más larga), yo nunca había estado allí, en el Roraima, pero era un lugar en el que me sentía cómoda».
«Mi papá tenía una camioneta Wagoneer verde, a la que le tumbaba los asientos traseros y ponía unas colchonetas para mi hermano y para mí, y emprendía el viaje a Caracas. Cuando terminó su trabajo en Guri, papá nos dijo que nos íbamos a la montaña, a San Antonio de los Altos. Nunca viví en Caracas, la verdad», dice Pinto Emperador sobre la ciudad donde nació.
De cierta manera, vio siempre como una ventaja vivir en los altos mirandinos. La distancia ponía en perspectiva los problemas y desafíos. Pudiera decirse que ese estado de perpetua trashumancia le ha permitido a Claudia desarrollar su propia visión del mundo. «Recuerdo que cuando volvía a casa de noche, en camionetica, tras culminar mi trabajo en Bolívar Films, era como si me dieran reset. En ese trayecto valoraba lo que había ocurrido en el día».
Esa época de contacto permanente con la naturaleza también le dejó otro aprendizaje a Pinto: fue en Guri que recibió sus primeras clases de pintura, de un artista francés. «Mi padre era muy imaginativo, le gusta la fotografía y dibujaba muy bien. A mí me encantaba, pasaba horas pintando. Mi papá decía que para saber dibujar lo importante es saber observar y recordar. Y ese consejo lo robo para la dirección».
Claudia reconoce que ir de un sitio a otro, moverse de lugar, es algo que le viene de familia. «La historia de inmigración la tengo muy tatuada», añade. Su padre, Vanderlei Galhardi Pinto, era brasileño, de Río de Janeiro, y llegó a Venezuela a los nueve años de edad. «Mi abuelo, Esmeraldo Alamite Pinto, era litógrafo en la revista Manchete. Era el hombre de uno de los jefes y, cuando imaginaba que era su momento de ascender en la publicación, el jefe dio un volantazo y escogió a otro. Eso decidió a mi abuelo a cambiar de aires».
Sería en una sala de cine donde surgiría la idea de emigrar a Venezuela. «Mi abuelo llevó a su esposa, llamada Dulcinea, a ver una película. Antes de que empezara, dieron una publicidad de la isla de Margarita. Y mi abuelo decidió que ese sería su destino». Los abuelos paternos de Pinto se establecieron en Caracas; curiosamente, nunca visitaron Margarita.
Vanderlei Pinto creció en Caracas pero sus padres lo enviaron a Brasil a estudiar ingeniería. Cuando restaban pocas materias para finalizar la carrera, Vanderlei regresó a la capital venezolana y conoció a quien habría de ser su futura esposa, Hilda Emperador. Y decidió quedarse de una vez.
«Mi madre pertenecía a la clase media alta, pues mi abuelo materno, Pedro Manuel Emperador, era ejecutivo de Textilera Gran Colombia. Vivían, con sus siete hijos, en una enorme casa en Guaicaipuro. Mamá decía que ella desde los tres años quería ser madre. No tenía ningún conflicto con ello», recuerda Pinto.
No era un hogar de intelectuales. Pero era un hogar regido por una ética que brindaba confianza y estimulaba el esfuerzo. «Mi padre siempre me decía: “elige bien, elige algo que te haga feliz”. Mi padre era muy bondadoso y sencillo; quizás por no haber culminado la carrera de ingeniería, le importaba mucho que yo fuera a la universidad». Eran dos ejes los que guiaban a Pinto Emperador: hacer lo que le apasionaba y formarse. «Edgar Allan Poe decía que era mejor ser talentoso que tener talento, pues el talentoso tiene la habilidad constructiva para saber qué hacer con el talento. En casa me dieron mucha libertad y confianza, pero velaban porque siempre estuviese presente la responsabilidad, el trabajar como una hormiguita para conseguir cosas».
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Texto: Gonzalo Jiménez
Fotografías: Daniel Pinto
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